viernes, 17 de mayo de 2013

Trazos de infinito


Le di el primer sorbo a mi taza. Estaba repleta de café caliente recién hecho. Y pensé “Que maravilloso es empezar algo”. Esa alegría que te produce el inicio de algo, de casi cualquier cosa. Como los primeros minutos tras escuchar la campana del colegio que anunciaba el inicio del verano. Esa alegría que te recorría todo el cuerpo, ese cosquilleo en las puntas de los dedos. La cabeza completamente llena de historias por contar, de sensaciones por descubrir. Todo se intensifica cuando estás a punto de comenzar algo nuevo, de emprender un viaje, de conocer a una chica… Parece que todo tiene más color, que percibes más olores. Te fijas más en las cosas pequeñas.

Tu cabeza también se llena de preguntas. Te dices ¿estoy soñando? ¿De verdad me está sucediendo esto a mí? No te lo crees del todo, es una sensación demasiado placentera como para ser real, o legal. Te crees uno de esos personajes de las películas que lo tienen todo, que cumplen sus sueños, que no fracasan. Y si tienes suerte de darte cuenta, piensas “¡Qué suerte tengo, soy feliz!”.

De pronto parece que las canciones que escuchas las han escrito pensando en ti. Ves señales por todas partes. Quizá hasta te da por escribir algunos versos, o por recitar a Neruda o cualquier otra frase de algún escritor que acabas de descubrir.

Es como si lo estuvieras viviendo por primera vez, como si lo estuvieras descubriendo tú. Te sientes como un aventurero que por fin ha encontrado el camino que estaba buscando. Crees que estás reinventando el mundo, que eres el primero en sentirte así.

Te sientes como en la mañana de Navidad. Todos los años te levantas con la misma ilusión, el cosquilleo en el estómago es inevitable a pesar de la edad. Aunque los regalos cada vez importen menos, esa sensación de que algo tan maravilloso nunca cambia te completa.

Lo único que cuando empezamos algo nuevo, cuando nos embarcamos, no pensamos en que lo que empieza, acaba. Sí, y es que de eso se trata, de pensar durante un tiempo en que eso nunca se va a acabar. Jamás. Y ese tiempo que dure eso, va a ser infinito. Realmente infinito. Para siempre, de hecho.

Sí, cuando alguien dice “para siempre” y de verdad lo siente así, ese lapso de tiempo se cristaliza, se vuelve eterno. Y puede tratarse de un simple mes, una semana, dos años. Eso es lo de menos, las cosas eternas no se pueden medir.

Sé que en algún lugar residen esos momentos de eternidad que juramos, que sentimos. En algún lugar de nuestras memorias, residen pequeños trazos de infinito. O grandes trazos de infinito. Ya he dicho que las cosas eternas son incuantificables.

En algún sitio está aquel amor eterno, que como dijo Sabina, puede durar lo que dura un invierno. También sé que en algún lugar residen todos los minutos de felicidad en los que nos sentimos libres, en los que nos sentimos infinitos, eternos.

Puede que el sentido de la vida sea hacer que esos momentos de felicidad tengan su eco en la eternidad. Que al final, cuando todo se deshaga, cuando los minutos vacíos se desintegren. Cuando el tiempo perdido se pierda. Tan solo quedarán esos momentos eternos, como si de estrellas se tratase. Y todo será cielo, horizonte, cosmos. Pero esos momentos eternos serán los únicos que permanezcan. Y brillaran para siempre. Incluso cuando no brillen, seguirán siendo eternos. Porque las palabras quizá sí que se deshagan, incluso las acciones, los besos, las caricias, la música. Pero siempre nos quedarán esos momentos en los que dijimos “para siempre”.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Recuerdos, arena y sal


La espuma entre mis dedos.
La luz del sol descansa sobre el agua.
Tan solo recuerdos, arena y sal.
El sol desaparece, se cae por el abismo.
Los pájaros veloces le acompañan.
Mis huellas se deshacen.
Como los cuerpos, que se deshacen con el tiempo.
Quizá hay algo más, o quizá no.
Pero esperamos.
Llega la noche, y con ella las estrellas.
La luna cuelga de un hilo sobre nuestras cabezas.
Y luego todo se evapora.
Todo se evapora con el tiempo.
Pero también con el tiempo vuelve a llover.
Las huellas se vuelven a dibujar.
Despacio, en la orilla.
Va y vuelve.
Como la espuma entre mis dedos.

miércoles, 1 de mayo de 2013

El tiempo no existe (I)


Después de un tiempo, he vuelto a poner mi reloj en marcha.
Pero tan solo lo he hecho para poder olvidarme de él.
No del reloj, sino del tiempo.

Porque al fin y al cabo ¿qué es el tiempo?

No es más que un macabro invento del hombre para poder esclavizarnos, torturarnos.
Recordarnos minuto a minuto que la vida está pasando.
Que nos hacemos más viejos, a cada instante.
Dicen que el paso del tiempo es inexorable.

Tratan de convencernos de que la vida se fragmenta en números.
Números que se pierden y después se olvidan.
Nos convencen de que el tiempo que pasa es irrecuperable.
Nos obligan a correr detrás de él, a subirnos a los trenes a tiempo, a no malgastarlo.

¿Para qué? Si ni siquiera sabemos a dónde vamos.

Hablan del futuro, pero eso es algo que nunca llega.
Tan solo es algo que está por llegar.
Así podemos pensar que lo que vendrá compensará lo que se ha ido.
Pero...

¿Qué más da si lo que se ha ido nunca vuelve y lo que tiene que venir nunca llega?

Por eso he decidido volver a poner en marcha mi reloj, colocármelo otra vez en la muñeca.

Para saber que cuando quiera, lo puedo parar y así burlarme de él.
De sus normas, de sus contingencias, de su imparable paso, de su deterioro.
Porque si no crees en el tiempo, el tiempo dejará de existir.

                                                   -Pensamientos-

viernes, 26 de abril de 2013

Cuantas veces

Cuantos versos he tachado.
Cuantas palabras no he querido rimar.
Cuantas veces he borrado la palabra libertad.
Cuanto tiempo habrá pasado.
Cuantas horas encerrado entre mis sábanas.
Cuanto tiempo acomodado entre mis sueños, nada más.
Cuantos libros cubiertos de polvo.
Cuantos rayos de sol encerrados ahí fuera.
Cuantas guitarras desafinadas tratan de tocar esa canción.
Cuantas hojas habré roto.
Cuantos cigarros habré quemado.
Cuantas veces habré odiado la palabra corazón.

jueves, 25 de abril de 2013

Los cipreses


Vi su foto, le miré a los ojos.
Me temblaron las rodillas.
Hasta los cipreses que estaban detrás se estremecieron.
Podía notar como se encogían sus pequeñas hojas verdes, como se retorcía y crujía la corteza, como los frutos marrones y secos se hacían cada vez más y más pequeños.
Yo era un ciprés.
En ese momento comprendí porque había tantos cipreses en los cementerios.
Los miraba, tan altos y encorvados, se les veía sufrir.
Eran árboles tristes, sus pequeñitas hojas son de un verde muy apagado, como si quisieran mostrar que la esperanza que tuvieron, ya la perdieron hace mucho tiempo.
Y sus frutos no son comestibles, son unas piñas redondas que nacen casi secas y enseguida perecen, inertes.
Como si el propio ciprés se avergonzara de crear vida en ese lugar tan yermo, como forma de mantener el respeto hacia los muertos.
Son árboles que te comprenden, que te acompañan en tu solitaria tristeza, en los momentos amargos y crueles que te da la vida.
Son árboles nobles, ellos tratan de ayudarte a soportar de una forma más llevadera tu sufrimiento.

martes, 23 de abril de 2013

Libérate de las cadenas del tiempo

Quiero volar sin tener miedo a caer,
quiero ganar sin saber lo que es perder,
quiero luchar y que merezca la pena,
no quiero cadenas, no quiero condena.

Quiero aprenderte como a un libro,
yo quiero ser libre, libre en tu hombro,
ser tu cloroformo, libre y sin forma,
no bailo a tu son, no sigo tu norma.

Solo pido libertad, sin ningún tipo de precio,
bebernos la vida tercio a tercio,
poder fumarnos el tiempo en un sofá,
disfrutar del momento que no volverá.

Que se nos va, que se nos va, que se nos va,
pero el presente ya está en marcha,
olvida el pasado, ya no pesa,
el futuro será una sorpresa.

sábado, 20 de abril de 2013

La lluvia

Me encanta el poder disuasorio de la lluvia.
Las calles se quedan vacías.
Solo la gente realmente valiente se enfrenta a la lluvia.
La gente que no tiene a dónde ir, que no tiene ninguna cita a la que llegar tarde.
La gente que no tiene nada que perder, o que tiene algo que quiere perder.
La lluvia es sincera.
Cuando estás ahí debajo, sólo, con la lluvia, no estás tan solo.
Sabes que estar ahí te da valor.